Lunes 18 de Marzo, 2024
En algunos devocionales anteriores, he compartido el concepto que aplico a diario en mi propia vida: “qué pienso…cuando pienso”. Solemos dejar que nuestros pensamientos divaguen y nos lleven de un lado a otro (emocionalmente hablando) haciéndonos creer en cosas que no son verdad, o que no forman parte de la realidad, sino más bien de nuestra subjetividad.
Pero algo que quisiera compartir contigo, en este devocional, es que cuando comenzamos a tomar conciencia de nuestros pensamientos, solemos contrarrestarlos pensando en Dios, recordando sus promesas y el sacrificio que Jesús hizo por nosotros. Pero, ¿qué pasaría si comenzáramos a pensar con Dios? Es decir, pedirle a Dios que guíe nuestra mente. Entonces, en vez de decir, ¿por qué estoy pensando en esto?, podríamos preguntarnos: ¿Jesús, queremos pensar en esto? Esto me ha ayudado a incluir constantemente a Dios en mis pensamientos.
He tenido que pasar por desiertos muy difíciles a lo largo de mi vida, y los pensamientos pueden ser un gran apoyo o pueden ser mi peor enemigo. Yo he estado en ese terreno de batalla donde tenía dos opciones: recordar las promesas de mi Señor, teniendo la convicción que, si Dios fue fiel en el pasado, lo seguirá siendo en el presente, o darles rienda suelta a mis pensamientos y hundirme en un espiral descendente. Suena fácil, ¿verdad? Pero cuando nos encontramos bajo presión, es difícil someter esos pensamientos.
Oramos y parece que no recibimos respuesta, que Dios no nos escucha, y allí se desata ese torbellino de pensamientos. Leemos la Biblia, sentimos que nos habla, pero… seguimos sin respuesta. Clamamos en oración… y no tenemos respuesta. Hacemos todo lo que nos resultó en el pasado… pero no tenemos respuesta. Nos comenzamos a frustrar y ahora, ya estamos en un pozo profundo, hundidos en la autocompasión, tristeza y resentimiento. Entonces, ¿qué está pasando?
Esto me llevó a leer en Santiago 5:16, la segunda parte del versículo dice que “la oración del justo es poderosa y eficaz”. Si es así, entonces, ¿por qué no tengo respuesta? Fue en ese momento, en ese desierto, en esa búsqueda, que entendí este versículo. Mi oración estaba siendo eficaz; todas nuestras oraciones son escuchadas. El punto es que no necesitamos saber cuándo tendremos la respuesta, ni cómo Dios lo hará. Solo necesitamos orar y confiar en que Dios es amor y nos dará lo que necesitamos, no lo que queremos, cuando Él lo disponga.
Ya no decimos: “Dios, me voy a disponer a orar y más vale que reciba una respuesta en un plazo prudencial, porque si no, me voy a frustrar mucho y tú no quisieras que yo deje de confiar en ti. Y aunque suene como amenaza, no lo es, solo es una advertencia: si no cumples todos mis caprichos, me voy a apartar del ministerio y de ti”. Creo que nadie se atreve a decir esto, pero lamentablemente muchas veces actuamos de esa manera.
Cuando entendemos la profundidad de lo que significa la oración, ya no caemos en pensar que es una simple transacción: yo oro y Dios me contesta. Es más bien, una relación, es tener libre acceso a su presencia. Cuando captamos este principio, cambia absolutamente nuestra perspectiva de la oración. No necesitamos una respuesta, solo entender que:
- Dios nos ama,
- quiere lo mejor para nosotros,
- Él siempre nos escucha,
- Él siempre nos ve.
Presentemos nuestras peticiones al Señor, e incluyamos a Dios en cada uno de nuestros pensamientos y confiemos, sabiendo que Él nos ama, nos escucha y nos ve. Es todo lo que necesitamos.
Oración
Gracias, Señor, porque tú siempre contestas mis peticiones en el momento justo. Ayúdame a entender que tu amor va más allá de una respuesta. Tengo la firme convicción, que nunca lamentaré poner toda mi esperanza en ti. Gracias porque cada día me ayudas a cambiar mi perspectiva, para poder acercarme a tu presencia, cada vez con menos argumentos y más fe. En tu poderoso nombre, amén.