Lunes 11 de Marzo, 2024
Si has tenido hijos, sobrinos o hermanos, seguramente habrás escuchado sobre un gráfico que utilizan los pediatras, llamado “percentil”. Cuando los bebés nacen, se les mide la talla, el peso y el perímetro cefálico. Luego, a medida que el niño crece, el pediatra puede comprobar el normal desarrollo del niño. Estas medidas se registran en un gráfico, que se utiliza para predecir estadísticamente la altura que alcanzará el niño. Durante el primer año de vida de mis cuatro hijos, estas medidas marcaron aproximadamente la altura que tendrían. Y puedo decir que, en los cuatro casos, no se equivocaron.
Esto me ha llevado a preguntarme: ¿hay manera de medir mi crecimiento espiritual? Analizando mis primeros años de vida cristiana o la manera en que me encontré con Jesús, ¿puede esto revelar cómo será mi crecimiento y caminar con Él más adelante, o cómo reaccionaré en medio de las tormentas de la vida?
A veces, escuchamos sobre pastores, líderes o hermanos piadosos que han caminado años con el Señor, pero que de repente dejan de ir a la iglesia, abandonan su misión por la cual fueron llamados o, en casos extremos, hasta niegan su fe.
Hace unos meses, me llegó la historia de un pastor que tenía una iglesia muy bendecida y próspera en un lugar de Estados Unidos. Había estudiado en un seminario bíblico, tenía un doctorado en teología y había escrito varios libros. Todo parecía muy “exitoso” en su vida. Pero, claro, no podíamos saber lo que estaba pasando en su interior. Un día, anunció la separación de su esposa después de 21 años de matrimonio. Y unos días después, más precisamente un domingo, anunció que renunciaba a su fe, diciendo: “He experimentado un cambio masivo respecto a mi fe en Jesús, ya no soy un cristiano”.
Tendemos a seguir parámetros de lo que significa ser un buen cristiano, nos enseñan a orar, leer la Biblia e ir a la iglesia para crecer a la estatura y plenitud de Cristo. Pero muchas veces, si no es la mayoría, nuestra mente parece siempre estar buscando la manera de hacer lo contrario. Como dice Pablo: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Romanos 7:19). Y luego nos frustramos y sentimos que estamos retrocediendo en vez de avanzar.
Entonces, ¿cómo medimos nuestro crecimiento? Creo que medirlo por la prosperidad, la comodidad, el éxito o el crecimiento numérico de una iglesia no son parámetros de nuestro crecimiento espiritual. El crecimiento tiene que ver con nuestro corazón.
Si creemos que las épocas más fructíferas de crecimiento fueron durante los tiempos de calma y bendiciones, tenemos la perspectiva equivocada. El crecimiento más trascendental suele darse durante las noches oscuras de nuestra alma, cuando estamos en el pozo más profundo que nunca pensamos estar, o en las tormentas más cruentas y turbulentas que nunca imaginamos que podrían azotarnos.
Los amigos de Job argumentaban en sus discursos, uno a la vez, sobre si realmente Job era tan justo como se percibía. Si fuera así, no debería atravesar por tantas desgracias. Ellos creían que las cosas malas le suceden a la gente mala, y las cosas buenas, a quienes hacen las cosas bien. Sería muy fácil llegar a la conclusión de que mis circunstancias deberían ser favorables por mi amor, devoción y entrega a Dios.
Nuestro crecimiento no se da por el éxito que podamos mostrar exteriormente, sino por lo que sucede en nuestro interior. Como dice Jeremías 9:23-24: “Así dice el Señor: que no se gloríe el sabio en su sabiduría, ni el poderoso en su poder, ni el rico en su riqueza. Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe de conocerme y de comprender que yo soy el Señor, que actúo en la tierra con gran amor, derecho y justicia, pues es lo que a mí me agrada, afirma el Señor”.
Entonces, lo que determina el crecimiento espiritual, es espiritual:
- conocer más a Dios y sus atributos,
- entender que Él nos ama,
- que fuimos salvados, que tenemos vida eterna y un propósito por el cual nacimos,
- gratitud hacia Él
- y el amor hacia los demás.
Si vivimos la Verdad, crecemos hasta ser en todo como Jesús (Efesios 4:15).
Oración:
Señor, te ruego que me ayudes a atravesar mis dificultades, confiado en que estás conmigo y que, aunque no lo vea, estás obrando en mi vida. Las noches oscuras están desarrollando perseverancia y carácter en mí, para que pueda irradiar tu luz a otros. Ayúdame a seguir creciendo en buscarte y conocerte más, en tu nombre. Amén.