Lunes 12 de Febrero, 2024
“Esperé pacientemente al Señor, y Él se inclinó a mí y oyó mi clamor. Me sacó del hoyo de la destrucción, del lodo cenagoso; asentó mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos. Puso en mi boca un cántico nuevo, un canto de alabanza a nuestro Dios. Muchos verán esto y temerán y confiarán en el Señor”.
Salmo 40:1-3
El 20 de marzo de 1998, un niño de 5 años volvía del colegio junto a su mamá por una vereda pública en la ciudad de San Nicolás, provincia de Buenos Aires, Argentina. Mientras caminaban, el niño pisó una chapa oxidada entre el pasto crecido y cayó, desapareciendo repentinamente de la vista de su mamá. Había caído en un pozo de 18 metros de profundidad. Este lamentable incidente fue el resultado de la negligencia de alguien, cobrando así una víctima inocente.
El país entero estuvo en vilo durante 33 horas por Cristian, el tiempo que duró el rescate. Los bomberos hicieron lo humanamente posible, pero el desenlace fue fatal. Tras sacarlo del pozo, fue llevado al hospital donde lo declararon clínicamente muerto.
Recuerdo haber estado toda la noche mirando en vivo los acontecimientos y orando para que sobreviviera. Me afectó profundamente, ya que Brian, mi hijo mayor, tenía casi la misma edad.
Situaciones así suceden todo el tiempo en algún lugar del mundo, y nos dejan sin respuestas ante tanto dolor. Pronto se cumplirán 26 años de este hecho, y aún la sociedad argentina sigue recordando esta tragedia.
Esta semana, mientras reflexionaba sobre el versículo clave, me preguntaba cuántas veces nos hemos caído en un pozo, ya sea porque alguien nos lanzó o porque nosotros mismos nos metimos. ¿Cómo sabemos que estamos en un pozo?
- Cuando nos sentimos atrapados en un trabajo, una relación o amistades tóxicas;
- cuando no tenemos dónde apoyar el pie, según el Salmo 69:2;
- cuando hemos perdido la visión y no vemos una salida aparente;
- o cuando simplemente nos sentimos solos.
Me he encontrado varias veces en esos pozos. En muchas ocasiones, alguien me lanzó y, tras hacerlo, siguió su vida como si nada hubiera pasado, ignorando mi angustia y aflicción. El resentimiento puede hacer que sintamos que el pozo es nuestro lugar. Si queremos salir de ahí, debemos perdonar a aquellos que nos arrojaron, no solo por sus acciones destructivas, sino por su ignorancia. Tal vez te traicionaron y dejaron promesas sin cumplir, pero es imperativo mantener el corazón libre de falta de perdón y resentimientos.
Hay quienes piensan que fue Dios quien los empujó al pozo, pero Dios no desea mal para sus pequeños; el enemigo quiere que creamos eso para que perdamos la confianza en Él y nos hundamos más en el lodo.
La otra manera de caer en un pozo es resbalando y encontrándonos en el lugar más profundo y cenagoso. Si te equivocaste o hiciste algo que no debías, no te autocastigues. Dios desea sacarte de allí. El enemigo viene a tentarte y, cuando te equivocas, te acusa, siempre usa la misma estrategia. Si conoces a Jesús, no estás atrapado; tienes el poder para enfrentar al enemigo. No importa lo que hayas hecho; cuando te arrepientes, tus pecados son arrojados al fondo del mar. Recuerda todas sus promesas leyendo la Biblia; esa es tu espada para enfrentar la adversidad. Recuerda, tú y yo le pertenecemos a Dios.
Amiga querida, en esta parte del devocional, quisiera darte un gran abrazo y decirte que necesitas salir del pozo ahora mismo.
Querido hermano, no te rindas, aunque no veas una salida a la vista, hay esperanza. Tal vez, como vimos anteriormente, alguien te empujó (separación, divorcio, desamor, falta de trabajo, abandono) o te resbalaste y caíste (cometiste un grave error, trataste de arreglar las cosas y resultaron peor). ¡Necesitas salir del pozo ya!
Algunas personas podrán salir sin ayuda de terceros, solo con la ayuda de Dios, pero bendigo a los consejeros y pastores que ayudan a rescatar personas del pozo. Otras necesitarán un terapeuta, que puede ofrecer herramientas, palabras de aliento y oración, si el psicólogo es cristiano, pero recuerda, solo Dios te sacará de allí.
Me he encontrado muchas veces en pozos profundos y oscuros, pero estos me han servido para desarrollar una relación más fluida con el Espíritu Santo. Si te encuentras en uno y buscas a Dios, puedes salir de allí mucho más fortalecido, con tus manos llenas de regalos maravillosos de parte de Dios. No importa cómo llegaste a ese agujero; es tu decisión querer salir de allí, Dios quiere liberarte. Extiende tus brazos y Él te sacará; en la oración y adoración hay liberación. Si clamamos y nos arrepentimos, el Señor pondrá nuestros pies sobre la roca y, mientras estemos en tierra firme, no nos caeremos.
David dice: “esperaré pacientemente al Señor”. Cuando las circunstancias no resultan como esperamos, podemos sentir que ellas nos invitan a regresar al pozo. Pero tu victoria no depende de la resolución de problemas, sino de saber que el Señor te ama y saldrás de allí. Le das un golpe al enemigo cuando adoras al Señor en medio de tus problemas. Tu residencia permanente aquí en la tierra es sobre la Roca, no en ese pozo maloliente.
Mientras no pierdas tu adoración al Señor, no vas a permitir que la situación te entierre en un pozo. Nunca más te sentirás estancado, ni derrotado, lleno de lodo o sin visión. Podrás decir como el salmista: “Tú eres mi refugio; tú me protegerás del peligro y me rodearás con cánticos de liberación” (Salmo 32:7). Dios, el creador del universo, nos protege, nos rodea y nos da un cántico nuevo.
Oración
Señor, quiero confiar en ti en medio de mis circunstancias. Ayúdame cada día a recordar que mi lugar no es estar en ese pozo, lamentándome por lo que me hicieron o los errores que cometí. Tú quieres que levante mi cabeza, mire al cielo y extienda mis brazos en adoración, para salir de ese lugar mucho más fortalecido. Gracias porque tú me demuestras tu amor a diario, abre mis ojos espirituales para ver la belleza de tu obra en mi vida. Amén.